La copa azul del ángel

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

Callado, de sí mismo hacia adentro, era un viajero ignoto por territorios nunca antes visitados. No había brillo en su mirada y sombra no tenía. Delgado, huesudo y cabizbajo, solía vagar en las noches frías por aquel paraje inhóspito, como ánima herida. La luz de cada día lo encontraba echado bajo las matas espinosas del monte, con los puños apretados sobre sus ojos cerrados, en posición fetal, inmóvil, mudo. Era oscuro, taciturno, gris, sin luz, sin alegría. Era el espectro de la noche al mediodía.

Cierta vez
soñando que soñaba
los sueños de Jacinto
cuando era niño a veces
cuando era adulto otras
soñé que recogía
de un antiguo arcón
dos copas de cristal
azul la una
como el azul del ángel
y gris la otra
opaca triste y fea.
Soñé que alcé las copas
a un tiempo y sin remedio
cayó la azul del ángel
sobre la piedra ruda
quebróse en mil pedazos
quedando solamente
la gris opaca y fea.
Soñé que tuve sed
que con la copa habida
bebí hasta el hartazgo
del cáliz gris opaco
que no elegí la copa
que no elegí la sed.
Soñando que soñaba

los sueños de Jacinto
perdí la copa azul
la copa azul del ángel
bebí hasta el hartazgo
del cáliz gris opaco.


Si algún día en su vida amaneció soleado, si tan siquiera un día la sonrisa de un niño se adentró en su mirada, aquel sino imborrable que condenó sus días lo tornó ciego y sordo, ajeno a cuanto ocurría fuera de sí.

Hasta que cierta vez, inmerso en el llanto y ya pronta la agonía, lo sorprendió una dama, viajera desde sus adentros. De entre las varias cosas que traía en sus alforjas, extrajo una copa de cristal azul, como aquella que vio romperse en sus sueños, y sirvió vino en ella. Y ambos bebieron de la misma copa. Una y otra vez bebieron vino de la copa de cristal azul hasta embragarse y caer dormidos largo tiempo. Durmieron profundamente sin que ningún sueño alterara el blando lecho del vino.

¿Dónde hallaré esperanzas?
¿Cuándo caerá la noche
que prometa un mañana?
si en mis noches sin luna
se asomara una estrella
si a mis días de llanto
siquiera la templanza
si las alforjas llenas
contuvieran ocultas
promesas y mañanas.
Creo que en mis entrañas
anidan damas bellas
colores resplandores
jornadas sin querellas.
Quizá en mis adentros
Encontraré respuestas.

Y despertó en medio del monte entre haces de sol que se filtraban por el follaje verde de los árboles. Y el canto de los pájaros adornaba el silencio y las flores silvestres lucían sin pudor sus colores arcoiris. La fresca brisa despejó la pesadez del sueño y se incorporó sobre sus piernas, más firmes y vigorosas que hasta entonces.

Buscó a la dama. En vano miró aquí y allá para encontrarla. Nunca la halló. Y nunca supo si en verdad había estado con él bebiendo de la misma copa o si aquello fue un sueño ya desvanecido.

De Último Testamento, Dermarte, Buenos Aires 2000.
© Del autor.