Creí que usted era yo

Cuentos de Nasreddín recopilados y anotados por Eduardo Dermardirossian

Estaba sentado en una casa de té, cuando un desconocido se acercó a Nasreddín y comenzó a contarle toda suerte de intimidades.

Sorprendido, el Maestro le preguntó por qué causa hacía eso siendo que eran enteramente desconocidos.

-Perdón -se excusó el hombre- como su turbante y su túnica son iguales a los míos, creí que usted era yo.


Nota: La cuestión del yo y el tú, de la identidad siempre sospechosa, desvela al hombre desde siempre. Y el sufí no es ajeno a este interrogante. Los racionalistas no podrán adentrarse un solo paso en estos territorios, vedados asimismo a la comprensión del hombre occidental. Algún recopilador de los cuentos de Nasreddín ha dicho con certeza que no es el punto de vista académico el que explique su significado. Entretanto, riamos con el personaje: "Creí que usted era yo". E. D.

Hay sol en tu jardín

Cuentos de Nasreddín recopilados y anotados por Eduardo Dermardirossian

Lamentábase el hombre que los rayos del sol no entraban en su casa, cuando el Maestro le preguntó: "¿Llega el sol a tu jardín?".

"Oh sí, mucho".

"Pues entonces -continuó Nasreddín- lleva tu casa al jardín"


Nota: Esta es la enésima amonestación de Nasreddín. En su afán por mirar las cosas a través de sus apetencias, el hombre ignora que toda búsqueda concluye en sí misma. Y el lenguaje apropiado para decirlo es una vez más el del absurdo. Si bien, esta vez, benevolente y piadoso. E. D.

El Maestro se defiende ante el juez

Cuentos de Nasreddín recopilados y anotados por Eduardo Dermardirossian

Su almuerzo consistió en dos huevos cocidos, un trozo de pan y una taza de té. Al disponerse a pagar por ello, Nasreddín supo que no tenía dinero. Fue por eso que en un descuido del posadero, se retiró del lugar disimuladamente.

Mas por ser sabio, el Maestro era un hombre honrado y pronto obtuvo dinero y se apersonó al posadero para pagarle. Como éste le pidiera un precio exorbitante con el argumento de que durante el tiempo transcurrido los huevos ya habrían dado robustos pollos, Nasreddín se negó a pagar.

El posadero llevó la cuestión ante el juez, que citó a las partes. El demandado llegó a la audiencia lo bastante tarde como para recibir un severo reproche del magistrado.

-Mi demora se debió a que estuve sembrando trigo cocido en mis tierras- se excusó el Maestro.

-Siendo tú labrador bien sabes que el trigo cocido no podrá dar frutos- arguyó el juez con seguridad.

-Y bien -contestó Nasreddín- el posadero me demanda sosteniendo que los huevos cocidos podrían dar pollos. De modo que sembrar trigo cocido no debiera parecer disparatado.


Nota: Las contiendas entre los hombres suelen ser ajenas a la razón y también al corazón. El ingenio y la chanza lo ilustran con más justeza que las sesudas reflexiones de los adustos jueces, porque ninguna lucubración supera la verdad que se manifiesta por sí misma. El Maestro Nasreddín ha sido un predicador de la inocencia como atributo que excluye el castigo. El de los hombres y el de Dios. Y es ello lo que más atrae en sus cuentos y en sus chanzas. Habrá que decir -a no olvidarlo- que fue hombre de honda fe religiosa. E. D.

El rey, el espejo y el llanto

Cuentos de Nasreddín recopilados y anotados por Eduardo Dermardirossian

Nasreddín le obsequió a su rey un lustroso espejo de platino. Miróse el monarca en él y al verse tan feo prorrumpió en un llanto. Nasreddín -que se hallaba a su lado- lloró asimismo con desconsuelo.

Cuando el rey dejó de llorar, advirtió que el maestro seguía derramando lágrimas y evidenciando una gran congoja. Fue entonces que el rey lo confortó diciéndole que estaba emocionado al comprobar cuánto le amaba, porque le acompañaba en su pena más allá de su propio dolor. Y le pidió que dejara de sufrir.

Entonces Nasreddín exclamó: "Oh mi Señor, tú te viste por un instante en el espejo y lloraste por un instante. Siendo que yo te veo durante todo el día, ¿no es justo que llore un poco más?"


Nota: Solemos ignorar cuan grande es la pesadumbre que nuestra torpeza le causa al hombre sabio. Tal que, de saberlo, guardaríamos silencio o nos cuidaríamos de actuar. Pero no nos fue dado saberlo, por lo que seguiremos siendo ordinarios y torpes, cualquiera sea nuestro linaje o rango. Me parece que es éste uno de los cuentos más lineales de los muchos que le son atribuidos al maestro sufí, siendo la fealdad del rostro el reflejo del alma, y el espejo la medida de la estimación del prójimo. E. D.

Nasreddín, la bolsa de arroz y el burro

Cuentos de Nasreddín recopilados y anotados por Eduardo Dermardirossian

Nasreddín compró una gran bolsa de arroz, la cargó dificultosamente en su hombro y luego montó sobre su burro para llevarla a su casa.


Nota: ¿Es preciso que todo tenga un significado trascendente? El rigor racionalista de los intelectuales frecuentemente mueve a risa, cuando no a compasión. Nasreddín se ríe de los hombres, de sus propósitos y de sus conductas. Como se reiría de cuanta interpretación y exégesis se haga de esta fábula. Porque todo cabe en ella, sin límites. Desde la más módica sonrisa hasta la más oscura filosofada. Él, lo dije, eligió reír. E. D.

Lo que come Mahoma

Cuentos de Nasreddín recopilados y anotados por Eduardo Dermardirossian

El Maestro permaneció durante un mes predicando en cierto pueblo sobre la vida y las virtudes de los profetas, sin que durante ese tiempo se le diera alimento alguno. Preguntado por una mujer acerca de lo que Mahoma come en el cielo, le contestó: "¿Cómo puedes interesarte acerca de lo que come Mahoma en el cielo sin antes preguntar qué he comido yo durante este mes en tu pueblo?".
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Nota: Los hombres acostumbran mitigar su vacío inquiriendo sobre las cosas que consideran trascendentes, sin advertir que de tal modo eluden sus deberes primeros. Así es como transitan el ciclo de padecimientos que sólo podrá interrumpirse con el supremo precepto del amor, expresado como solidaridad incondicionada. Nasreddín ya lo decía entonces. E. D.

No soy de aquí

Cuentos de Nasreddín recopilados y anotados por Eduardo Dermardirossian

Estando de visita en un pueblo, alguien le preguntó qué día era, a lo que Nasreddín contestó:

Lo ignoro, porque no soy de aquí.



Nota: La respuesta -comoquiera que sea entendida- aquí está puesta en boca de un niño. Porque ¿de qué otro modo puede entenderse el tiempo? ¿Puede el hombre aprehender la noción del tiempo? Si lo intenta sucumbe a la angustia o se refugia en la ignorancia de creer que sabe. Nasreddín, con sabiduría, eligió el sendero del absurdo. E. D.

La olla tuvo cría

Cuentos de Nasreddín recopilados y anotados por Eduardo Dermardirossian

Fue para cocinar pilav(1) que cierta vez Nasreddín le pidió a su vecina una olla grande, a lo que ésta accedió amablemente.

Transcurrido un breve tiempo, Nasreddín le devolvió la olla a su vecina, quien al destaparla vio que dentro tenía otra olla, pero más pequeña. Sorprendida, inquirió al Maestro por ello, a lo que éste contestó: "Es que... tuvo cría". Complacida, la mujer guardó para sí ambas ollas.

Transcurrido un mes y Nasreddín volvió a pedirle a su vecina la misma olla en préstamo, accediendo feliz la señora, quizá con la secreta esperanza de una nueva parición. Pero no fue así, porque corrían las semanas y la olla no era devuelta.

Ya ansiosa por la tardanza, la vecina se apersonó en la casa del Maestro y le recordó que aún no le había devuelto lo prestado.

-La olla..., ah sí -recordó Nasreddín-, se murió.

Indignada, la mujer reprochó al que eso había dicho, advirtiéndole que no le tomara por tonta. "¿Cómo puede morir una olla?", preguntó con indisimulado fastidio.

Con la serenidad que le era propia, Nasreddín contestó: "Si pudiste creer que esa olla tuvo cría, ¿qué te impide creer también que ahora ha muerto?".


Nota: El cuento denuncia la fragmentación de la conciencia, sazonando el reproche con un dejo de animismo malicioso. Los diálogos y las reflexiones en el sufismo no tienen rigor alguno, como ocurre entre los griegos antiguos o entre los racionalistas modernos. Pero las consecuencias que devienen de ellos no son menos relevantes. Las ollas no nacen ni mueren, lo sabemos. Pero ignoramos la verdadera relación del hombre con su entorno. E. D.

(1) Plato típico del Medio Oriente elaborado a base de arroz.

Merezco ver a Allah

Cuentos de Nasreddin recopilados y anotados por Eduardo Dermardirossian

-Si durante tantos años he seguido tus enseñanzas, Maestro -dijo el discípulo a Nasreddín-, cumpliendo ayunos, peregrinando a santuarios y sometiéndome a los rigores del ascetismo, bien merezco ahora que me muestres a Allah. Concédeme, pues, este deseo.

Luego de meditar debidamente sobre lo pedido, el hombre santo tomó una piedra del camino y con ella golpeó ferozmente a su discípulo, causándole enorme dolor y sorpresa.

Increpóle el dolorido discípulo diciéndole cómo podía responder así a una pregunta tan trascendente.

-Esa es la respuesta- contestó el Maestro.

-Yo sólo siento dolor- se lamentó el discípulo.

-Y bien -dijo Nasreddín-, muéstrame tú el dolor y yo te mostraré a Allah.


Nota: Éste es uno de los muchos cuentos que se le atribuyen al Maestro Nasreddín, nacido en el seno de una familia religiosa a comienzos del siglo XIII de nuestra era. Su reputación de hombre sabio es bien extendida en el Medio Oriente y sus fábulas, que mueven a la risa pero también a la reflexión, hoy comienzan a ser conocidas también en Occidente. No obstante que el hombre de este hemisferio siempre tendrá limitaciones para interpretar en su sentido propio los cuentos de Nasreddín, concebidos para una cultura y una cosmovisión diferentes, relato algunos de ellos que conservo aún en mi memoria. Otros he podido leerlos en alguna recopilación traducida al español, con lamentable pérdida de su sabor y extravío de su sabiduría. Por eso, perdón. E. D.