Dos lunas

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

Construyó dos marcos ovalados de buen tamaño, mandó cortar sendos cristales según su medida y pidió que fueran prolijamente biselados. A uno lo hizo espejar para que copiara fielmente cuanto había enfrente. Todo lo armó y los puso juntos, frente a sí. Y vio que su propósito era cumplido: a través de uno de los cristales vio lo que había adelante, y en el reflejo del otro vio lo que había detrás. Todo a un tiempo y sin voltear su cabeza. Dentro del primer marco vio lo que sus ojos podían atrapar sin mediación, y dentro del otro se vio a sí mismo y también vio cuanto le había sido negado hasta entonces.

Así lo hizo en las habitaciones de su casa y en cuantos lugares solía frecuentar, tal que un par de marcos ovalados, uno con el cristal espejado y el otro no, poblaron desde entonces y para siempre su vida. Y su universo se duplicó y el horizonte lo rodeó en un círculo sin fin. Todos los misterios le fueron develados y fue, desde entonces, omnipresente, y por eso también omnisciente. Y aún –no lo sé de cierto- quizá omnipotente.

Cierto día, cuando Dios miró en dirección al mundo, lo vio. Lo vio mirando el universo todo sin que nada le fuera ignoto o vedado, sin que cosa alguna se ocultara a sus ojos. Esto vio Dios y supo que su tiempo era llegado. Dirigió entonces sus pasos hacia el hombre hasta alcanzarlo, se hincó a sus pies, besó su diestra e incorporándose le entregó su cetro y su manto. Por fin, enderezó sus pasos hacia un olivo añoso y se acostó a su sombra para descansar de sus fatigas. Ahí durmió y cuánto duró su sueño no se sabe.