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En la noche del 14 de diciembre de 2001
Era un lugar abierto, con pocas construcciones y grandes superficies para el recreo. Las gentes deambulaban de un sitio a otro, reuniéndose aquí y allá. Muchos habían acudido, al punto de incomodarse unos a otros. Las actividades se sucedían y los paseantes mudaban incesantemente de lugar, hasta que en un sitio apartado se congregó la gente. Ignoro exactamente qué ocurría, pero ahí estábamos muchos hombres y mujeres. Entre tantos, había una muchacha de la que yo estaba enamorado y que otrora había correspondido a mis solicitudes, pero ya no; ahora ella acompañaba a otro hombre y yo estaba acongojado por eso. Ella hablaba con él y desdeñaba mi presencia, desdeñaba mi dolor que sabía grande. Y yo padecía ese desdén.
Mientras ella se regodeaba en abrazos y arrumacos con el otro, yo penaba y cada pena agregaba una espina sobre el tronco grande y verde de un palo borracho. Eran tantas las espinas cuantas eran mis penas. Y así es como el tronco se pobló de espinas, a cuál más grande y aguda. Y hete aquí que ese tronco era también un asiento, un banco. Pero una particularidad más tenía el árbol-asiento: por alguna circunstancia que desconozco, la disposición de sus espinas permitía ver cuál era mi pesar, la razón de mi desdicha, el tamaño de mi padecimiento, tal que la mujer que ahora me desdeñaba, su nuevo compañero y otros del público podían conocer mis adentros. Fue por eso que antes de retirarme del lugar arrojé sobre el tronco un puñado de espinas, para que adhiriéndose a él pudieran disimular mi pena y resguardar mi pudor.
Y cuando ya todo había concluido y me retiraba del lugar, oía tras de mí la voz de ella que le decía palabras de amor a él. Luego el sueño se fue esfumando y otro sueño vino a ocupar su lugar. De éste sueño no guardo memoria.
Anotación al 7 de enero de 2002

He llegado a creer que yo era Dios y que si cerraba mis ojos las cosas dejaban de existir. Sin mí no existiría el cosmos, el orden, la conciencia. Cuando la vida me cerrara sus puertas, se aniquilaría el todo, sería la nada. Solipsismo le dicen los versados.
Recuerdo que tales inquisiciones azuzaban mi mente niña. Aún más: yo no podía aceptar el uno, la unidad, el sitio adonde la búsqueda encuentra su fin, su indivisión y su razón; siempre podía dividirse lo que creía uno. Los genes de Leucipo me poblaban.
En cuanto a las indagaciones sobre el tiempo, esas no ocupaban mi mente. Entonces yo no tenía presciencia de la muerte.
Fuga y regreso en la noche del 24 de julio de 2002
Luego las estrellas fueron chispas que saltaron desde el centro hacia afuera, y fueron también perlas que nacieron porque sí y describieron espirales hasta girar en órbitas.
Más tarde se ocultaron las estrellas y se apagaron las chispas, las perlas abandonaron sus órbitas y lentamente se congregaron en el centro.
Y ella permaneció ahí, enrollada sobre su rama, sobre sí misma, sobre la quietud del sueño. Y el universo lentamente recobró su orden y las esferas celestes volvieron a su derrota, a deslizarse por las huellas trazadas por el Uno.